jueves, 28 de mayo de 2009

El Anclote

“Cuando yo comencé a ir a esa playa, era muy extensa, de más de 60 metros”, dice Ismael, un aspirante a biólogo que estudia en el Instituto Tecnológico Superior de Bahía de Banderas (ITBB). Como él, los restauranteros establecidos en El Anclote añoran los tiempos en que la fina arena blanca se extendía por metros delante de sus negocios y sus comederos se llenaban de gente de la región los fines de semana; esa bonanza, acusan, quedó atrás hace quince años, cuando grupo Dine comenzó a presionar para lograr sus lujosos desarrollos.
Hoy caminar por la playa de El Anclote da tristeza. La amplia zona federal ha sido reducida a unos tres o cuatro metros de ancho y la fina arena ha dejado lugar a pedruzcos negros. “Antes venían muchas familias, con niños y ancianos, porque se podían meter a bañar; ahora no viene nadie y los que se meten se meten a romperse”, dice con nostalgia Juan Pelayo, el líder de los restauranteros de la zona.
La situación es grave, porque cada día se nota más el efecto de las mareas. Tanto, que de la última visita que hizo Tribuna de la Bahía a esa playa, en enero pasado, cuando se reportó acerca de las escuelas de surf, a la fecha se han perdido por lo menos dos metros de playa. Hoy las olas revientan casi en el margen de los restaurantes, que se tienen que proteger elevando sus plataformas con costales de arena.
La historia se remonta a hace más de quince años, cuando luego de la expropiación de las tierras de Punta Mita y su enajenación a favor de la empresa Puerto Mita, se pactara a reubicación de los pescadores a cambio la construcción de una escollera que les permitiera atracar y resguardar sus embarcaciones.
Dine consiguió la autorización para hacer la escollera que se terminó de construir en 1995. El convenio firmado con el director general de Puertos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) el 14 de julio de 1994 -y rubricado por Jesús Santoyo García, como apoderado de Puerto Mita- comprometía a la empresa en la fracción octava del documento a “contratar y mantener en vigor seguros que cubrieran los daños que pudieran sufrir terceros en sus personas y sus bienes o las construcciones de la obra autorizada”.
La escollera se construyó sin tomar en cuenta las corrientes marinas y los efectos que estás tenían en la rotación de la arena en esas playas. Dos años después, la fina arena blanca de El Anclote comenzó a desaparecer; la corriente circular de esa playa hacía que antes de la escollera la arena hiciera un recorrido circular que mantenía toda la extensión cubierta de arena. La infraestructura cortó esa circulación y la arena que salía de El Anclote hacia Nuevo Corral del Risco ya no pudo regresar por ese bloqueo.
“La arena se fue poco a poco, y nos dejó después de tres o cuatro años sólo la base de piedra. Al principio nosotros limpiábamos de piedras la playa, pero lo que hacíamos era facilitar el trabajo a las corrientes de agua, que se llevaban más fácil la arena blandita. Ahora preferimos dejar ahí los pedruzcos, para que no se la lleve tan fácil, pero cada día está peor”, relata Pelayo.
En 1997, hace ya trece años, comenzó la lucha de los restauranteros por corregir el problema. En el transcurso, los apoyos a su causa han ido y venido; pero la negativa de la empresa a corregir el daño permanece.
“Desde entonces hemos buscado que se cumpla lo establecido en el convenio, que Dine o Puerto Mita o Cantiles de Mita, cualquiera de los nombres que usa la empresa, corrija los daños y poco a poco regrese la arena. Pero han ido usando argucias legales para ir retrasando el proceso y aquí estamos todavía; con el riesgo de que nos pase lo que sucedió en Mismaloya”, señala el restaurantero.
En la defensa de la playa y, no lo esconden, de los intereses que tienen sobre las concesiones vigentes, los restauranteros lograron que las autoridades federales solicitarán a la empresa Dine la reparación de los daños. No fue fácil, porque primero las autoridades municipales y estatales se hacían de oídos sordos, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) aseguraba que nada podía hacer.
“Fue hasta que alguien nos dijo que la autorización venía de la SCT y que teníamos que tratarlo con ellos que en apariencia las cosas comenzaron a avanzar. Se tuvieron pláticas con la empresa muchas veces, durante más de año y medio. En 2004 presentaron por fin un proyecto y pensábamos que ya pronto se iba a resolver todo”, dice Pelayo.
No fue así. La tramitología no se hizo con prestancia, la empresa dilató todo lo posible con cada nueva autorización que se requería en cada nueva dependencia. El 19 de julio de 2005, un nuevo convenio se firmaba, el proyecto había sido autorizado finalmente por la SCT y en el nuevo documento Dine se comprometía a iniciar a la brevedad los trabajos para corregir el problema
Para 2006, Semarnat solicitó un estudio sobre el proyecto; ya no de impacto ambiental, porque ese se había hecho cuando la construcción de la escollera.
“Yo recuerdo que hace como cuatro años me pidieron una opinión técnica de los trabajos. Lo que proponían era una serie de escalones de concreto que evitaran que la arena saliera de la playa. El proyecto se veía bien y nosotros dimos nuestra opinión favorable”, recuerda vagamente Roberto Moncada, investigador y profesor del ITBB, mientras califica los exámenes de Ismael.
Todo parecía ir bien. Esa autorización parecía ser el último escollo. Para solventarlo, los grupos sociales de El Anclote lograron el apoyo de el gobernador Ney González Sánchez, quien viajó con ellos hasta la ciudad de México para destrabar el trámite; no fue sino hasta 2007 que se presentaron todos los documentos en orden por parte de la empresa.
“Y eso porque Luis Carlos Tapia los colectó él mismo y desde la Semanay los llevó. No lo hizo la empresa. Nosotros pensábamos que ya iba a salir todo; pero no, es la fecha que la empresa no cumple. Ahora, hace quince días recibimos la última decepción, porque el asunto regresó al principio. Dine pide una modificación al proyecto ya hora hay que empezar el papeleo de cero nuevamente”, terminó el restaurantero.
Contra la desesperación

¿Qué gana Dine con no realizar las obras? Es la pregunta obligada. La respuesta es sencilla, cerrar los accesos públicos a las playas, aunque sea mediante el agotamiento de los restaurantes playeros y la conversión de esos predios en condominios; para mantener el estatus de exclusividad que han buscado mantener desde el principio. Al menos así lo aprecian en El Anclote.
“¿Qué playas públicas quedan desde aquí hasta La Cruz de Huanacaxtle? Nada más nosotros, aquí al lado en la Emiliano Zapata, han ido desplazando a los pescadores así con la desesperación, haciendo que sus negocios no funciones, hasta que ahora sólo quedan condominios y una entrada pública inconclusa. Y hacia abajo ya nada más está La Manzanilla. La gente ya no puede entrar a la playa porque en Destiladeras el terreno es privado, en cuanto se pongan a construir se acabó el ingreso”, destaca Juan Pelayo.
El restaurantero se pregunta por la Profepa, por los defensores del medio ambiente, por los ecologistas. Allá, dice, no se fijan pero se está afectando gravemente el entorno y nadie dice nada.

No hay comentarios: